Mensaje dominical del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 12 de marzo de 2023

Mensaje dominical del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 12 de marzo de 2023

marzo 12, 2023 Desactivado Por Redacción

Si caminando por las atestadas calles de nuestras ciudades, tratamos de descubrir qué hay detrás de los rostros herméticos de muchas personas que, con prisas, preocupaciones y un desentendimiento de lo que sucede no es difícil percibir una sensación de desencanto y frustración.

No es sólo la constatación de una crisis económica que no logramos solucionar, no es sólo la violencia que nos desestabiliza y nos hace sentir impotentes, va mucho más allá… crece el miedo social, la actitud defensiva y agresiva, la impotencia y el vacío.

Es como si estuviéramos tocando fondo y quisiéramos refugiarnos detrás de una máscara o detrás de nuestras cuatro paredes. Pero aún allí nos llega la nostalgia, la náusea y el aburrimiento. Los suicidios, las drogas, el alcohol, la ambición desordenada, la pornografía y los desenfrenos, no son sino expresiones de este vacío que se quisiera llenar con cosas exteriores, pero continúa el corazón agrietado y sediento en busca de verdad y de amor.

Para muchos sería la condena del hombre moderno y la llegada a su exterminio, pero para Jesús es el momento de la oportunidad, el tiempo favorable cargado de posibilidades. Porque cuando el hombre se ha reconocido necesitado, cuando ha visto que las seguridades exteriores no llenaban su corazón, se puede estar dispuesto a la búsqueda de realidades superiores.

Jesús percibe esta sequedad en el corazón de la samaritana y le ofrece “el agua que da vida”. Jesús también percibe las grietas de nuestros ansiosos corazones y nos ofrece “el agua viva” para que no volvamos a tener sed.

Que no nos arrastren aguas fangosas

Las primeras preguntas esquivas de la samaritana, “¿Por qué siendo Tú judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”, esconden su miedo a abrirse al Otro, y se escuda en argumentos religiosos, políticos y sociales, para manifestar su rechazo a quien es diferente.

Pero Jesús no cae en la trampa y continúa el diálogo superando las barreras que han impuesto los egoísmos de los hombres y ofrece una nueva forma de vivir, una nueva relación y una aceptación sin importar las diferencias.

Samaritanos y judíos se habían enzarzado en discusiones y pleitos, y ponían como pretexto el lugar de adoración de Dios, como si Dios fuera alguien externo y se ocupara más de su propio culto. Jesús rompe esta cadena de violencia y descubre que más allá de los sacrificios externos, Dios habita y reside en el corazón de cada persona.

Cada uno se convierte en santuario de Dios y aquella samaritana, mujer, pecadora y despreciada, es también templo de Dios. Puede abrir su corazón y descubrir que en el fondo encuentra su propio pozo de agua viva: el amor incondicional de Dios que la acepta, la quiere y le proporciona un manantial de vida.

Es la expresión concreta del amor del Padre que ama a todos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, lo que lo impulsa a manifestar su misericordia, respeto y cariño a quien sólo había recibido migajas. Y al amar Jesús libera; al ofrecer el don de Dios, salva; y al aceptar su pequeñez, reconoce la dignidad de la persona.

Por eso aquella samaritana, levantando la cabeza y caminando con gran seguridad, se dirige a sus hermanos para ofrecer de su propio manantial una esperanza de vida: “Vengan a ver… ¿no será éste el Mesías?”. Supera sus propios miedos, está reconstruida y puede ahora dirigirse con toda seguridad a sus hermanos.

Quien tiene un manantial en su interior siempre desborda fecundidad e irradia amor. Ya no quiere a los hombres egoístamente para sí, es capaz de ofrecer una buena nueva y dirigir sus sentimientos a un nuevo amor

Este tercer domingo de Cuaresma, permitamos que Jesús descubra nuestro interior, que mire nuestro corazón agrietado, que restaure nuestras heridas y complejos. Hoy es día de sabernos santuarios de Dios y descubrir nuestro propio manantial.

Es día de compartir con los demás nuestra propia felicidad, la felicidad que hemos recibido de Dios. Y ¿por qué no? También comprometernos en el respeto, cuidado y conservación del agua, como una forma concreta de expresión de nuestro manantial interior.