Mensaje dominical del obispo de Irapuato Enrique Díaz. 4 de diciembre de 2022

Mensaje dominical del obispo de Irapuato Enrique Díaz. 4 de diciembre de 2022

4 diciembre, 2022 Desactivado Por Opinión Bajío

II Domingo de Adviento / 4 de diciembre de 2022
Mons. Enrique Díaz Díaz, Obispo de Irapuato

En el segundo domingo de adviento se alzan dos grandes profetas que buscan sacarnos del ambiente de corrupción: Isaías y San Juan bautista. Lejos de la corte, lejos del templo, lejos de los grandes negocios, se presenta la figura enigmática y provocativa del Bautista.

“En el desierto…” ¡Como si no hubiera mejores lugares para iniciar la predicación! Sorprendentemente acuden multitudes a confesar sus pecados y a recibir el bautismo. Hay sed de Dios, pero se requiere el mirar el interior, hacer el silencio. Y acuden también fariseos y saduceos, pero no han abierto el corazón, no se han convertido y quieren recibir ritos, sin cambiar el corazón. “Raza de víboras”, es la respuesta del Bautista… Juan es como un aguijón que quiere lanzarnos al encuentro del Señor que ya llega.

Adviento se traduce así en un salir al encuentro, en enderezar el camino, en abrir el corazón. Nosotros en este Adviento, ¿buscaremos la verdadera conversión o nos conformaremos con celebraciones y ritos externos para adormilar la conciencia? ¿Seguiremos viviendo en la injusticia y en la mentira?.

Isaías se acerca también hasta nosotros en este inicio de Adviento para despertar nuestros corazones y alentar nuestra esperanza. Con un gran poema mesiánico lleno de símbolos cósmicos, vegetales y animales, Isaías canta una paz definitiva, pregona un nuevo paraíso. Para quienes han caído en la desesperanza y sólo expresan sus lamentos y quejas, presenta el “renuevo que florecerá del tronco de Jesé”.

Es cierto, la dinastía de David se ha perdido en el pecado y la idolatría, pero el Señor no abandona a su pueblo y suscita un nuevo “vástago”. Como de un añoso tronco que ya daban por acabado, renace la esperanza en este nuevo brote que está acompañado por el Espíritu del Señor.

Pero la paz se construye con la verdad y con la sabiduría que calan en la vida diaria, en el compromiso con el hermano, en la rectitud de intenciones. Y aquí tendremos que reflexionar nosotros si estamos aceptando y recibiendo a este nuevo “vástago”, pues “no juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas”. A nosotros que tanto nos gustan las apariencias y nos hacemos fuertes en palabras bonitas, debe calarnos hondo este nuevo modo de juzgar.

Isaías desciende a detalles para que no nos equivoquemos y exige justicia al desamparado, sentencia equitativa al pobre, herida al violento y destrucción del impío. Son las características de este nuevo rey que brota del añoso tronco de David y renueva toda la esperanza de Israel, pero que también en nosotros despierta el deseo de ese gobierno justo y posible.

El principio de la paz mesiánica

Los sueños de Isaías no terminan en destrucción de la violencia y en la aniquilación del malvado, sueña Isaías con un mundo idílico expresado en la convivencia pacífica de parejas de animales, cada una de ellas representada por un animal doméstico y uno salvaje, para después colocar en medio de ellos y superando todo peligro y adversidad, el muchachito que los apacienta o el niño que juega inocente en el agujero de la víbora sin recibir ningún daño.

Así, destruidos los malvados, amansadas las fieras y superada la irreconciliable enemistad con la serpiente y la descendencia de la mujer, se vive esta paz nueva, construida desde el interior de las personas. Cambio revolucionario para poder construir la justicia y la verdad. Es el mismo cambio revolucionario e interior que nos exige Juan Bautista cuando sigue gritando a nuestros oídos: “Conviértanse, porque
ya está cerca el Reino de los cielos”.

El canto de Isaías y las palabras de Juan son interpelación y buena noticia: la paz es posible si aprendemos a vivir en solidaridad, si luchamos porque la justicia y la verdad lleguen a todos los pobres. Si, como dice San Pablo, vivimos en armonía y nos acogemos los unos a los otros, ciertamente se va haciendo realidad la promesa de Dios hecha a su pueblo.

¿Es posible romper nuestro caparazón de individualismo y egoísmo para abrirnos a los demás? ¿Estamos dispuestos a construir un mundo nuevo? ¿Qué necesitamos para reestablecer relación con Dios, con los demás, con la naturaleza?