Mensaje dominical del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 13 de noviembre de 2022
13 noviembre, 2022XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario / 13 de noviembre de 2022
Mons. Enrique Díaz Díaz, Obispo de Irapuato
La pandemia nos ha hecho enfrentarnos como nunca a la tragedia de la muerte y la hemos palpado con la mano, la hemos sentido en casa y nos ha cimbrado con sus cuestionamientos.
Al ver morir a los cercanos, al recibir sus cenizas, al darnos cuenta de su fallecimiento, irremediablemente nos hemos preguntado ¿dónde estará? ¿Cómo será la vida después de la muerte? ¿Quién lo puede saber? Una ancianita nos decía muy llena de esperanza.
“No lo sé. Lo cierto es que cada día nos vamos acercando más al final y lo tenemos que aceptar. Yo confío en Dios y me siento segura en sus manos, pero no deja de inquietarme”.
Pregunta inquietante también para toda persona: ¿qué hay en el más allá?
El pasaje del Evangelio que hoy escuchamos nos da pistas, no para descubrir cómo será el cielo, sino para enseñarnos la forma en que debemos llevar la vida en vistas al final que se avecina.
Tres actitudes muy precisas nos recomienda hoy Jesús. La primera va en relación a las seguridades que tenemos y a los valores que las sustentan. Nada más importante para un judío que el templo pues significaba la presencia de Dios que los acompañaba, sostenía y protegía en toda su historia. Sin embargo, para muchos de ellos la arquitectura y el poder de la religión habían desplazado la fe y habían convertido los sacrificios, los rituales y la construcción en signos más poderosos que el mismo Dios de Israel.
Por sus rituales dejaban a un lado los mandamientos más importantes pedidos como verdadero culto: la misericordia y la justicia social. Que Cristo les diga que será destruido, es para ellos una verdadera blasfemia, pero para Jesús es rectificar y dejar bien claro que, si el templo no posibilita una relación con Dios y con los hermanos, si provoca divisiones sociales y relaciones injustas, no puede ser el sostén de la religión.
La segunda está en relación desastres de todo tipo que abundan también en interpretaciones alarmistas sobre los últimos días. Surgen “profetas” que se atribuyen conocimientos del fin del mundo y que tratan de infundir miedo para conseguir sus propios fines.
Las palabras de Jesús hoy nos ponen en alerta. Nadie puede decir “yo soy”, pues está apropiándose el nombre divino. Nadie será dueño del tiempo y la eternidad, sino solamente Dios. Es cierto que habrá persecuciones y divisiones, que habrá desastres, pero nuestra confianza debe estar bien firme en el Señor.
Ya San Pablo reprendía a los habitantes de Tesalónica que pensando que el reino estaba ya próximo,
dejan de esforzarse y se dedican a la ociosidad. La venida del reino, lejos de excusarnos de nuestras obligaciones, nos llena de mayor entusiasmo y de esperanza para trabajar con más dedicación en su construcción.
Este mundo pasará
La tercera invitación de Jesús es a permanecer firmes para conseguir la vida eterna. Y es curioso que cuando anuncia los peores desastres que llevan hasta la traición y el asesinato, insista en la verdadera actitud del cristiano: la esperanza en la vida plena. Esta es la enseñanza fundamental en este domingo: este mundo pasará, junto con sus conquistas, su tecnología y su desarrollo científico, del que tanto presumimos.
Todas las cosas, por las que nos afanamos, a veces en exceso, se acabarán. ¿Estamos preparados
para el final? La construcción del reino de Dios no es de un momento, nuestra esperanza será para
toda la vida y más allá.
En la primera lectura el profeta Malaquías al mismo tiempo que amenazaba a los malvados daba esperanza a los justos: “Ya viene el día del Señor, ardiente como un horno, y todos los soberbios y malvados serán como la paja… Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”.
Jesús nos propone en este día levantar la cabeza, no tener miedo, trabajar con perseverancia y mantener viva la esperanza. Cristo Resucitado nos llena de fortaleza frente a las incertidumbres del momento final.
¿Cómo miramos nosotros el fin del mundo? ¿Qué sentimientos suscita en nosotros? ¿Somos hombres de esperanza que generamos un sano optimismo?