Mensaje dominical del obispo de Irapuato Enrique Díaz. 23 de octubre de 2022
23 octubre, 2022Yo pecador…
XXX Domingo del Tiempo Ordinario / 23 de octubre de 2022
Mons. Enrique Díaz Díaz, Obispo de Irapuato
San Lucas 18, 9-14: “El publicano regresó a su casa justificado y el fariseo no”.
“Caminar juntos” es el ideal que nos ha propuesto el Papa Francisco en esta etapa de la Iglesia y afirma que: “Para caminar juntos es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión… Es hacer que germinen sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas, vendar heridas, resucitar una aurora de esperanza”. Es bello y prometedor el panorama que nos presenta, pero para iniciarlo tenemos que descubrir, aceptar, escuchar y caminar con el otro, reconocerlo como persona. Así nos lo presenta gráficamente Jesús en el Evangelio de este día personificando en el fariseo y el publicano la intransigencia de uno y la disponibilidad del otro. El primer paso es reconocernos como personas delante de Dios.
Detrás del relato que hoy nos presenta Jesús hay una denuncia terrible contra los fariseos y contra toda clase de manipulación de Dios de aquellos y de estos tiempos. “Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás”. “El fariseo” de todos los tiempos es la persona que se siente tan segura de sí misma y de su propio valer que desprecia a los demás, los juzga y los condena.
Son los extremismos y fundamentalismos religiosos y políticos que se dan en todas las regiones del mundo, desde los partidos que se autodenominan salvadores únicos hasta los extremistas que todo condenan; desde un católico intransigente hasta un protestante agresivo y ofensivo.
No se busca a Dios, se está satisfecho con su pretendida condición de justo y se utiliza la imagen de Dios, o de su propia verdad, para desde ahí atrincherarse y atacar a los otros. En su corazón no hay apertura ni disposición al diálogo, está lleno de sí mismo. Y esto no es exclusivo de la religión, se da en todos los campos: en los partidos, en la educación, en las posturas ideológicas… Se olvida de las personas para erigirse a sí mismo como “dictador y última razón” de todas las posturas. Si se tiene que “utilizar” a Dios, a la libertad, a la justicia, a la verdad, como instrumentos para lograr sus propósitos, se les utiliza sin ningún remordimiento, porque él se siente como único poseedor de la verdad y se mira siempre con las manos limpias.
Sencillez y humildad es lo que vale ante Dios
En las relaciones con Dios y con los hombres lo primero será reconocer con humildad la propia limitación y abrir el corazón para poder recibir de los demás. Si se está lleno de sí mismo, se es incapaz de dejar entrar al otro, o al Otro, en el corazón. Es necesario reconocer nuestro pecado, llamar a las cosas por su nombre, confesarnos pecadores y saber arrepentirnos sin angustias ni remordimientos estériles. El Papa Francisco ha denunciado fuertemente este “narcisismo” que nos lleva a contemplarnos y a gustarnos, lejos de buscar, contemplar y proclamar a Dios. Con cuánta razón y sencillez recomienda el Eclesiástico: “La oración del humilde atraviesa las nubes… quien sirve a Dios con todo su corazón es oído y su plegaria llega hasta el cielo”. La oración del engreído no supera el techo de su propio orgullo. La parábola del fariseo y del publicano nos sigue recordando también hoy el camino más sano y liberador. Cuando el hombre se acoge a Dios y se confía en Él, encuentra su descanso. Cuando la persona se pone como centro, queda difusa, perdida y descentrada.
San Pablo recuerda todas las dificultades que tuvo para anunciar el Evangelio y parecería vanagloriarse de sus victorias… sin embargo, lo reconoce no como mérito propio, sino que “el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación”. No manipula el mensaje para aparecer él, sino que se hace servidor y proclamador del mensaje.
Detrás de los dos personajes del Evangelio se puede descubrir la oposición entre dos tipos de justicia: la del hombre que cree que es capaz de alcanzarla cumpliendo la exterioridad de la ley; o la justificación que Dios concede al pecador que se reconoce como tal y se convierte. A un corazón cerrado y atiborrado de orgullo, no puede entrar ni el hermano ni Dios.
¿A cuál personaje nos parecemos?