Mensaje dominical del obispo de Irapuato Enrique Díaz. 25 de septiembre de 2022

Mensaje dominical del obispo de Irapuato Enrique Díaz. 25 de septiembre de 2022

25 septiembre, 2022 Desactivado Por Opinión Bajío

¿Qué vería el profeta Amós que lanza tan duras condenas? Ridiculiza y sataniza las diferencias abismales que se viven en Israel creyendo que todo es progreso y bienestar. “Se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos, pero no se preocupan de las desgracias de sus hermanos… por eso irán al destierro”. Son palabras de condena a una realidad que lastima el corazón de quien la contempla. Pero nuestras realidades no están lejanas de las que vivió Amós y también para nosotros es la condena.

En días pasados me comentaba un médico, ante la impotencia de la muerte de un pequeñito: “Son muertes producidas, más que por la enfermedad, por el hambre y la desnutrición. Siento impotencia, coraje y dolor, pues son enfermedades que fácilmente se pudieran curar si se tuvieran alimentos adecuados y medicinas”.

Evitar el fracaso de la vida

Hoy al escuchar el Evangelio no puedo dejar de pensar en todos estos hermanos y hermanas que viven en la extrema pobreza. Quedan excluidos de la sociedad, no son tomados en cuenta, sino sólo en momentos de elecciones o cuando necesitan apoyo los grupos políticos. Están fuera de la sociedad. Se encuentran en todas las partes del mundo. La mesa del rico epulón cada día es más grande, tiene más manjares, más sofisticados, pero tiene menos comensales, y la cantidad ingente de lázaros tirados a la puerta del nuevo sistema es cada día más grande.

El Papa señala que en este gran abismo que se va creando entre pobres y ricos, ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “descartados”.

Si bien es cierto que en la Biblia aparece muchas veces la riqueza unida a una vida recta, la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro nunca podrá ser considerada como una aceptación fatalista de un desorden donde los ricos siempre serán más ricos y los pobres siempre más pobres. No es una consolación alienante ni el opio que adormece y pone tranquilos a los pobres.

Leerla así, es hacer una caricatura del Evangelio. La Palabra es una denuncia de todo orden injusto y la revelación de las causas profundas de la injusticia. Y las verdaderas causas van a la concepción misma del hombre y con “sus hermanos” Si no se piensa en hermanos, no se puede compartir la mesa. Sólo una mesa compartida es señal de hermandad.

No se trata de dar migajas, ni acallar la conciencia dando desperdicios. No se trata de dar la vuelta al orden actual solamente para que los pobres aparezcan como nuevos “patrones” que opriman a otros pobres, sus hermanos. Se trata de crear un nuevo orden, un nuevo sistema, donde todos seamos hermanos.

El Evangelio nos presenta una dinámica de transformación y de cambio en las que no valen las justificaciones para continuar en un mundo de injusticia. “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni, aunque resucite un muerto”. Hay quienes cierran los ojos y ponen cortinas para no ver la realidad. O se escudan en que no pueden ellos cambiar el sistema mundial. Pero la transformación mundial pasa por las pequeñas acciones que hacemos cada uno de nosotros. Si nosotros no cambiamos el corazón, nunca podrá cambiar el mundo.

Muchos países se han propuesto lograr la llamada “hambre cero”, combatir el problema de las drogas, incrementar la alfabetización y eliminar la pobreza. Para alcanzar estos objetivos y reducir así la desigualdad entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de bienes básicos como la educación, la salud y la vivienda, es fundamental la transparencia y honradez en la gestión pública que, frente a cualquier forma de corrupción, favorecen la credibilidad de las autoridades ante los ciudadanos y son determinantes para un justo desarrollo.

Pero no son suficiente medidas políticas o económicas, sólo con un corazón de hermanos podremos logar una mesa para todos, una mesa de fraternidad.