Mensaje dominical del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 27 de marzo de 2022
27 marzo, 2022IV Domingo de Cuaresma / 27 de marzo 2022
Mons. Enrique Díaz Díaz, Obispo de Irapuato
Nadie puede negar que ésta es una de las parábolas más bellas de Jesús y que más nos llegan al corazón, quizás porque toca las fibras más íntimas o quizás porque mientras recorremos nuestra vida y nos encontramos en diferentes situaciones podemos identificarnos siempre con alguno de los personajes.
Es muy conocida como la “parábola del hijo pródigo”, porque efectivamente la figura del hijo está presente en toda la narración y tanto en el bien como en el mal, suscita en nosotros sentimientos de condena, de compasión o de franco reflejo de nuestra vida, y así, toca muy de cerca nuestro corazón.
Algunos han insistido en llamarla mejor: “la parábola del padre misericordioso”, o bien: “la parábola del amor del padre”, argumentando que somos muy dados a mirar el lado negativo de los acontecimientos y si bien es cierto que el hijo derrochador aparece en toda la narración y que su decisión de retornar es una acción difícil y muy loable, no tiene parangón con la actitud de los brazos paternales siempre abiertos que añoran al hijo, de la restitución de la dignidad con los vestidos y el anillo, y de la celebración festiva en torno a la mesa paterna. La actuación del padre supera con mucho todo lo esperado y es una de las intenciones de Jesús de trastocar la imagen deformada de Papá Dios.
“… ese hijo tuyo…”
Pero queda otro personaje que reclama también la atención como elemento esencial de esta narración: el hijo mayor. Y entonces hay quien prefiere llamarla: “la parábola de los dos hermanos”. Y quizás con mucha razón San Lucas justifica esta narración en labios de Jesús porque: “Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo.
Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: ‘Este recibe a los pecadores y come con ellos’”. Es decir, nos presenta dos grupos, dos hermanos: publicanos y pecadores, por un lado; fariseos y escribas por el otro. La lucha fratricida que se remonta hasta Caín y Abel, los conflictos de hermanos que aparecen en toda la historia bíblica, la lucha de los pueblos y las familias que se descalifican y se agreden desde todos los tiempos.
Jesús retoma, pues, estos conflictos que se dan al interno de las familias, de las comunidades y de los pueblos, y les da una nueva dirección. Si el Padre ha salido al encuentro del hijo derrochador ofreciendo una acogida increíble con abrazos y besos que más recuerdan a una madre, como diría Oseas, si le ha organizado un gran banquete con todo el pueblo para restituir la honra de quien la había perdido, con igual o mayor cariño sale en búsqueda del hijo “bueno” que rechaza al hermano.
No le grita, no le da órdenes, no actúa como juez o como patrón, simplemente, otra vez como madre, suplica que venga a la fiesta. La explosión de coraje y la sarta de reclamos parecen descubrir el verdadero corazón del hermano mayor. Exige, cuenta los servicios, reclama las atenciones y se olvida que ha vivido en la casa paterna, que es de la familia. Humilla al padre y denigra al hermano, no entiende el amor paternal hacia su hermano a quien desconoce. No acoge, ni perdona.
Los tres personajes de la parábola nos deben cuestionar fuertemente, y podemos asumir el rol de cada uno de ellos y compararlo con nuestro propio comportamiento.
Y así, a veces nos miraremos como el hijo que ahogado en las miserias, caído en lo profundo, se encuentra desvalido, humillado por sus propias ambiciones, y ahora necesita regresar, volver a la casa paterna; otras veces nos sentiremos abrazados y acariciados por el Padre que nos ha rescatado del pecado; ojalá que nunca asumamos la actitud del hermano mayor, de crítica dura y corazón cerrado, que no se convierte ni admite la conversión del hermano, que se cierra a la bondad del Padre y que excluye a su hermano de la mesa.
Tiempo de Cuaresma es tiempo de levantarse y volver al Padre para sentir nuevamente toda su ternura; es tiempo de recobrar la dignidad de hijo y asumir la condición de hermano. ¿Nos animaremos, en esta Cuaresma, a regresar a la casa del Padre?