Mensaje dominical del obispo de Irapuato Enrique Díaz. 12 de julio de 2020

12 julio, 2020 Desactivado Por Opinión Bajío

No nos cansemos de sembrar la Palabra de Dios

Mons. Enrique Díaz Díaz, Obispo de Irapuato

Si todo sembrador siembra con esperanza e ilusión, el sembrador que nos presenta Jesús tiene muchas más razones para estar alegre y optimista, siembra la Palabra. Pero es un sembrador muy especial. “Debe estar un poco loco este sembrador para sembrar en los caminos o entre piedras y espinas” me comentaba un día un campesino. Y es verdad: está loco este sembrador, loco de amor, loco de ilusión.

No quiere que nadie escape a su amor, no le importa si son los de cerca o los de lejos, si son los oportunistas o los arriesgados. Un poco como nos dice el Papa Francisco que el Evangelio es derecho de todos, justos y pecadores.

A todos quiere dar la oportunidad que se siembre la Palabra en su corazón. Para Él no hay tierras estériles ni corazones cerrados, a todos da la oportunidad. Pero la Palabra para que dé fruto debe tener la oportunidad de germinar, necesita un espacio de acogida y calor para romper la vida que lleva dentro y hacerla crecer. ¿Damos esta oportunidad a la Palabra? ¿La guardamos en nuestro corazón acogiéndola y meditándola? Cristo mismo explica el sentido de su parábola. Hay varias clases de “tierra”.

Tierra dura del camino, tierra de paso, tierra estéril. Nada mejor para describir nuestro mundo de la superficialidad, la inconstancia y las conveniencias. El hombre moderno nace de prisa, camina de prisa y muere de prisa, casi sin darse cuenta. No hay tiempo para nada. No hay tiempo para crecer y se adelanta en sus experiencias, no hay tiempo para la familia porque está muy ocupado, no hay tiempo para los hijos, para los amigos… Siempre está de prisa, de aquí para allá, llevando su superficialidad.

Es cierto, gusta de los valores, del amor y de la Palabra, pero no los deja entrar en su corazón. Siempre está dejando para después las cosas importantes. Y también dejamos para después la Palabra de Dios, nos acercamos, pero no la recibimos. ¿Seremos camino donde todo pasa y nada se queda?

Las espinas que ahogan la fe

El dolor y las agresiones, la inseguridad y la vida moderna nos han hecho duros e insensibles, con corazón de piedra. Pasamos junto a las personas como desconocidos, no sonreímos, no nos detenemos, no saludamos. Nos escabullimos rapidito para no dar la oportunidad a que “el otro” entre en el corazón y más si está en un problema o situación difícil. Cada quien su mundo y cada quien sus problemas.

“El respeto al derecho ajeno es la paz” es un principio que con frecuencia se convierte en indiferencia y egoísmo. No me meto con nadie y nadie se mete conmigo. Y con Cristo y su Palabra nos pasa igual, lo saludamos, pero no le permitimos que entre a nuestro corazón; lo escuchamos con agrado, pero no queremos comprometernos.

Otro tipo de tierra son las espinas. La vida fácil es el ideal de muchos de nosotros: no al dolor, no al sufrimiento, no al esfuerzo, no a cualquier tipo de espina. Y los comerciantes bien que se aprovechan de esta sed de comodidad y nos ofrecen una felicidad basada en los bienes, en el placer y en el poder. Estas espinas ahogan el Evangelio, que es ante todo servicio, fraternidad y amor. Frente a las riquezas mueren muchos ideales, ante el placer se sofocan nuestros propósitos y ante el egoísmo fracasan los proyectos del reino. ¿Cuáles son las espinas que no me permiten dar el fruto que Cristo espera de mí?

El Papa Francisco dice que nadie emprende una batalla si de antemano se siente derrotado. El sembrador tiene esperanza y sus sueños alcanzan recompensa. Para quien creyera que la semilla no da fruto, Cristo nos recuerda que hay muchas personas generosas, que dan fruto.

Es muy realista y habla de diferentes proporciones de fruto: treinta, sesenta, cien. Cada quien es diferente en su respuesta, cada quien es diferente en su amor. Solamente recordemos que los frutos en la Biblia casi siempre se expresan en relación con la justicia, con la atención al hermano y con el acompañamiento al que sufre.

La Palabra de Dios debe fecundar nuestras vidas, darles sentido, hacerlas fértiles y producir mucho fruto. La parábola del sembrador es una parábola de esperanza, de confianza y de compromiso. ¿A qué me compromete? ¿Cómo y cuando escucho la Palabra? ¿Qué frutos estoy dando?