Mensaje dominical del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 17 de mayo de 2020

17 mayo, 2020 Desactivado Por Opinión Bajío

El amor radical, distintivo del cristiano

VI Domingo de Pascua (17 de mayo de 2020)

Mons. Enrique Díaz Díaz, Obispo de Irapuato

Me tomó de sorpresa. Aunque el grupo de jóvenes no pretendía ser agresivo sí era muy cuestionante. Después de hacer una larga lista de los “pecados y atrocidades” de miembros de la Iglesia que los medios de comunicación se han encargado de amplificar, me preguntaron de repente: “¿Y no le da vergüenza pertenecer a esta Iglesia? Fuertes palabras y cuestionamientos ante los cuales no queda más que afirmar: “Aún creo que vale la pena seguir a Cristo, pues Cristo nunca me ha defraudado. Habrá errores y equivocaciones de nosotros sus seguidores, me duelen, pero Cristo no nos falla”.

A quienes nos cuestionan y están dudosos, quisiéramos ofrecerles las palabras de San Pedro que nos invita: “Veneren en sus corazones a Cristo, el Señor, y estén dispuestos siempre a dar, al que las pidiere, las razones de la esperanza de ustedes”.  ¿En qué basamos nuestra esperanza? No podemos decir que en la fortaleza de nuestras instituciones, no podemos poner nuestra seguridad en la santidad de cada uno de sus miembros, no podemos argumentar fuerza ni sabiduría, nuestra única esperanza será Jesús y de esta esperanza estaremos prontos a dar nuestras razones. La Iglesia, por el contrario, siempre se presentará como un claroscuro, como una mezcla de imágenes positivas y negativas, como una comunidad de personas santas y pecadoras.

Aparecen muy diversas imágenes de Iglesia. Se vislumbra la Iglesia de la interioridad, pero también la que se aventura y se arriesga a llevar el anuncio público; la del consuelo y la de la inseguridad; la de la fuerza y la del respeto; la que interpela y cuestiona, pero también la que es sometida a la prueba; la que predica y la que viene puesta en duda, obligada a dar cuentas y llamada a la coherencia.

Diríamos que desde los inicios aparece la Iglesia portadora del Evangelio, pero llevándolo en vasos frágiles. Jesús exige una prueba precisa y decisiva: “si me aman, cumplirán mis mandamientos”.

Se deberá constatar puntualmente en las obras, el amor que estamos declarando. El criterio es único: el cumplimiento de los mandamientos, de su mandamiento preciso: “amarse los unos a los otros”. Sólo quien ama puede decir que está siguiendo el camino de Jesús y a él se le puede considerar discípulo confiable. Si lo amamos le podremos pedir todo y no nos sentiremos huérfanos ni abandonados. Pero atención, no es un mandamiento opcional a cumplirse o no, según las preferencias y los gustos de cada quien. Es fundamental y sólo así se demuestra que somos sus discípulos y sólo así estaremos dando razones de nuestra fe.

Cada cristiano es morada de Dios

No en vano, en la intimidad del Cenáculo, Cristo aparece preocupado por el futuro de sus discípulos y amigos. No quiere que se sientan abandonados, que sufran la soledad y se dejen llevar por el desaliento. Por eso, hoy Cristo nos anuncia una nueva presencia divina en nosotros, muy dentro en nuestro corazón, en nuestra vida diaria.  Nos confía tres diferentes modos para sostener su comunidad: una presencia suya nueva en medio de nosotros, la donación del Espíritu Santo y el darnos a conocer que “yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes”. Es decir, asegura la presencia íntima de la Trinidad en el corazón de los creyentes. Con ello nos manifiesta el cambio de relación entre Dios y nosotros. La comunidad y cada miembro se convierten en morada de la divinidad. Nos hacemos templo y santuario de Dios. Dios ya no está fuera de nosotros, sino en nosotros mismos y de ahí brotan un cúmulo de consecuencias: la dignidad del hombre y la naturaleza, la exigencia del respeto al otro que también es santuario de Dios, la primacía del amor sobre los ritos y de la vida sobre la doctrina. Dios está vivo en medio de nosotros, no es doctrina, ni ley, sino vida. A quien nos pida razones de esperanza deberemos mostrarle no doctrina ni leyes, sino vida interior.

¿Cuáles son las razones de nuestra esperanza y en qué fincamos nuestra vida? ¿No habremos perdido demasiado el tiempo en cosas secundarias y nos habremos olvidado de amar al estilo de nuestro maestro y pastor? ¿Cuál sería la señal distintiva de nosotros cristianos, de nuestras familias y de nuestras comunidades? ¿Es el amor?