La Voz del Pastor. Mensaje del Obispo de Irapuato Enrique Díaz. 19 de mayo de 2019

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19 de mayo de 2019

Reflexión del Evangelio del domingo

Mons. Enrique Díaz Díaz, Obispo de Irapuato

REFLEXIONEMOS

El libro del Apocalipsis nos presenta una visión el mundo en que vivimos. Mientras casi todos se refieren a este libro como catastrófico, su verdadero objetivo: dar esperanza, pero una esperanza real, que supere los graves problemas que enfrenta la comunidad cristiana: persecución, deserciones, divisiones, pobrezas y dificultades. Todo lo narra con símbolos e imágenes. Y nos lanza a mirar hacia el futuro, proponiéndonos la imagen de un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap. 21, 1-5).

Alienta nuestra esperanza esta magnífica visión de “un cielo nuevo y una tierra nueva”, como la gran meta de nuestros esfuerzos por transformar las realidades de muerte que nos rodean y redimir al mundo con la fuerza vital arrolladora del resucitado. Una nueva realidad de justicia, paz y amor fraterno habrá de traer “la nueva Jerusalén que descendía del cielo enviada por Dios y engalanada como una novia”. Es la esperanza maravillosa que podemos enarbolar frente a los pesimistas y profetas de la muerte y del desaliento.

Sí, hasta parecen sueños de niños las propuestas del Apocalipsis, pero están sustentadas en las promesas de la Nueva Alianza que Cristo ha sellado con su pasión y su triunfo sobre la muerte. “Esta es la morada de Dios con los hombres –señala un entusiasmado Juan-; acampará entre ellos. Serán su pueblo, y Dios estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. El que estaba sentado sobre el trono dijo: Ahora hago el universo nuevo”.

El Evangelio nos propone las bases sobre las que hay que construir estos cielos nuevos y esta tierra nueva. Cuando Cristo está ya para despedirse entrega a los discípulos su testamento espiritual: el gran mandato del amor como signo visible de la adhesión de sus discípulos a Él, y de la vivencia real y afectiva de la fraternidad. Es el sueño de Jesús, su forma de construir y es la forma que quiere construyan sus discípulos.

Es posible que en la comunidad primitiva se hubiera discutido cuál debía ser su distintivo propio e inequívoco. Para eso apelan a las palabras mismas de Jesús. En un mundo cargado de egoísmo, de envidias, rencores y odios, la comunidad está llamada a dar testimonio de otra realidad completamente nueva y distinta: el testimonio del amor. Allí están las bases sobre las que se puede construir una nueva sociedad. Mientras no vivamos el amor, no es cierto que ley alguna podrá cambiar la sociedad.

El amor al estilo de Jesús, cambiará al mundo

No es ese amor romántico y dulzón de los novios adolescentes. Es el verdadero compromiso de entrega a los demás en la medida en que lo propone Jesús. Así como Él amó. Amar hasta dar la vida.

Es el amor de pareja que sabe superar las naturales diferencias; es el amor de padres que no crían hijos con la ilusión de después pasarles la factura en cuidados de ancianidad; es el amor al prójimo donde se tiene en cuenta a todos y cada uno, y no se miran las propias conveniencias. Así, sí se podrá construir una ciudad nueva. Así podremos ilusionarnos en construir el reino que Jesús propone y por el cual dio la vida.

Desgraciadamente los cristianos nos quedamos cortos. Con frecuencia nuestras comunidades son verdaderos campos de batalla donde nos enfrentamos unos contra otros.

Hoy nos tenemos que cuestionar sobre nuestra actitud frente a la construcción el reino. Aunque el Apocalipsis dice que la ciudad descendía del cielo, de ninguna manera nos propone la pasividad e indiferencia como camino del futuro. Al contrario, nos lanza a que, confiando en Cristo resucitado, pongamos todo nuestro empeño en buscar ese mundo donde “ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos porque ya todo lo antiguo terminó”. Ciertamente la paz es un regalo de Dios, pero implica el trabajo intenso y confiado del hombre. La Ciudad Santa es empeño y don. Se requiere para construirla oración y sudor en el esfuerzo.

PENSEMOS

¿Cómo vivimos el mandamiento del amor entre nosotros? ¿Cómo damos testimonio de este amor en la familia, en el trabajo, en la construcción de la sociedad? ¿Cómo estamos construyendo esa “nueva ciudad”, esa nueva sociedad?